En un país hasta donde la palabra “país” es controversial como denominador de lo que somos y donde la identidad política es debatida a la insaciedad no es de sorprender el fervoroso deseo de buscar algo que nos una, que nos de esa identidad social en común que en el ámbito politico no encontramos.
¿Que somos? ¿Quien soy yo en ese ser colectivo? ¿Porque ese “Yo” no es capaz de transcender, salvo a través de una identidad sentimental de comunalidades culturales, hacia una definición de construcción de pueblo? ¿Se siente ese “Yo” culpable del fracaso social que nos ha impedido ser un ser político, constitutivo de una polis?
En un país donde muchos han muerto en una “guerra civil” no declarada de la cúal como por pecado de omisión nos hemos desentendido, hacía falta un sacrificio para hacer posible un mea culpa colectivo. Hacía falta una figura propiciatoria, una víctima perfecta para provocar un “Yo” colectivo, un “Yo” retomando la polis, un “todos somos”.
Hacía falta un Cristo secular que muriera por mi , por nuestros pecados de desidia, de indiferencia ante los “otros” miles de asesinados, invisibles. Porque aquellos “otros” no eran los mios. Y no podía ser cualquiera la víctima propiciatoria del sacrificio. Tenía que ser uno de los mios, uno de mi clase, uno que como “Yo” puede detenerse ante un cajero automático, salir a una noche de paseo, del trabajo, de un hotel en El Condado y como víctima inocente ser asesinada, “asi por que si”.
Hemos pecado en no ser. Y tenía que ser la víctima una oveja sin mancha, concebida sin pecados mediáticos, libre de pecados originales politiqueros que pudieran apuntar a cualquier posibilidad de culpa partidista o ideológica. Y sobre todo, libre del pecado de falta de sentido común. Hacía falta la sangre que limpiara la culpa de nuestra indiferente culpabilidad. Hacia falta inocencia total.
Algunos nos preguntamos ¿porque esta guerra no logra articularse como un problema político? Pero aunque la palabra “guerra” nos sirva como metáfora para significar un obvio problema de violencia, nos obliga la precisión a observar que no es en realidad una guerra, un conlicto tal. Por tanto la metáfora nos puede llevar a pautar acercamientos y propuestas al problema que parten ya desde posturas y soluciones igualmente confrontacionales, “nosotros” contra “ellos”. En realidad me parece que lo que sufrimos no es guerra sino des-orden, dispersión, fragmentación, des-integración. Des-orden des-comunal.
Porque esos otros invisibles han sido des-politizados de la política grande, des-politizados de la polis, no fue sino hasta que uno de los nuestros pagó el precio por nuestros pecados que lo político se hizo “politico”. Había que hacer algo, había que movilizar, y sobre todo, politizar.
Pero lo que aparentemente vemos es una “guerra” civil “a-política”, “des-politizada” (en medio de un des-orden). ¿O es tal vez lo que observamos en si es una des-politización de lo verdaderamente político, de lo verdaderamente cívico?
No fue hasta ese momento que resaltaron las diferencias—que ahora no son tan diferenciales despues de todo—que resalta tambien la superficicialidad de lo “politico” en su sentido vano, de partidos, la de aspectos clientelistas (la política chiquita), o de mobilizaciones reactivas de grupos dentro de grupos, política que no ha hecho nada. Y ahora resulta que aquello de que “esa guerra es entre ellos”, “se matan entre ellos mismos” ya no es asi.
Ahora esa falta de política nos hace reformular la pregunta, ¿porque esta “guerra” no logra articularse como un problema genuinamente político? Parece que tal vez pudieramos contestar esa pregunta comenzando con otra pregunta. ¿Como reconstruimos la polis para que entonces podamos hacer lo político, es decir, lo verdaderamente político? Pues aparentemente hay dos polis, dos sociedades, y cada una con sus propias clases y códigos de justicia y orden. Pero las dos polis son en realidad una, solo que divididas por fronteras artificiales de acceso controlado que quedaron expuestas en su incontinencia social.
Al haberse descubierto que la víctima era menos que perfecta ya no “todos somos” la víctima representada. Ya no todos “somos José Enrique”. “Yo no soy José Enrique”, decimos algunos. La víctima se asociaba con esos “otros”, con los invisibles que no soy “Yo”. Hacía falta una figura sacrificial, pero el sacrificio y la víctima no fueron perfectas y solo sirvió para resaltar aún más las fisuras en la polis.
Se habian roto las fronteras del orden y el sacrificio ha fracasado en su eficacia propiciatoria. El dios misterioso (¿Status?) no ha sido satisfecho en su necesidad de justicia. El dios iracundo de nuestra justificada indignación ante un crímen sin sentido sigue sin engendrar su víctima sagrada. “Ese es el que es” no ha nacido. El unigénito que nos una ante el altar de lo verdaderamente político no ha encontrado todavía su pesébre “político”.
Todavía falta la víctima perfecta. La víctima tiene que ser sagrada, incriticable, no se puede decir nada malo de la víctima o se frustró la propiciación. No ha sanado la crisis ni la comunidad. Despues de todo, ¿para que sirve el sacrificio si la victima no es sagrada? No se debe matar a la víctima (aún ni en“character assassination”), más paradojicamente es matandola cuando se hace sacra, es su muerte la oportunidad esperada. Tenemos martir.
Y asi pasamos, de una breve y prematura catarsis, al paroxismo. Alguíen hizo un maleficio. Si no tenemos víctima propicia entonces es porque debe ser culpa de alguna bruja o monstruo en la comunidad, en el país. Y como en las películas de monstruos salimos en masas cibernéticas con antorchas hechas de teclados en busca del monstruo. No somos culpables después de todo. Es el monstruo quien ha causado todo. Hay que matar al monstruo. Hay que matar a La Comay.
Pero, y luego, ¿como reconstruimos la polis? Después de todo, como diría René Girard, “El propósito del sacrificio es restaurar armonía a la comunidad, reforzar el tejido social. Cuando los hombres no viven en armonía unos con otros, el sol brilla todavía y la lluvia sigue cayendo, de seguro, pero los campos son menos atendidos, y las cosechas menos abundantes. ”
(Debo esta reflexión "a vuelo de pájaro" y pensar en voz alta, al diálogo con los amigos en las redes sociales el Lcdo. Eric Alvarez y el Prof. Carlos Pabón y a mi hermano José Joaquin, quien proveyó "el pie forzado" del tema de sacrificio, sin ser ellos responsables de mi comentario. La pintura se titula "Hush!" del pintor dominicano Erick Picardo at http://pinterest.com/picardoart/ o https://www.facebook.com/picardocolors )