Al igual que las culturas, se mueve lentamente, pero cuando se mueve, se mueve. Y deja huellas las cuales entonces solamente pueden ser borradas por nuevas huellas, cuando el próximo periodo glaciar de reflexión intelectual pasa rodando. Al asistir a un reciente, y excelente, “Simposio sobre América Latina” de dos días, en Grand Valley State University bajo el tema de la “marginalización y la exclusión”, detectamos lo que aparenta ser un movimiento hacia uno de esos periodos axiales en los estudios latinoamericanos (LAS, Latin American Studies). Ahora está en manos de nosotros, quienes seguimos esos asuntos cercanamente, traducir el necesario lenguaje de la investigación para el ciudadano preocupado.
Una de las dinámicas observables en esa cultura es la diferencia en preocupaciones y acercamientos entre los estudiosos nuevos y los establecidos. Entre los asistentes de la generación establecida de especialistas latinoamericanos parecía haber una mezcla de alivio y tristeza de que las expectativas para América Latina, que partían de una identificación política académica con ciertos movimientos en la región desde los 70 y 80, no han llegado a ser realidad. Parece que el deshielo de la Guerra Fría es finalmente aceptado.
Al mismo tiempo es un poco asustadizo el ver a jóvenes y ascendientes estudiosos repetir terminología y maneras en el habla de la vieja generación, como sin pensarlo, tanto porque se les ha inculcado o porque temen que no se mueva hacia adelante su solicitud a estudios doctorales o su disertación a menos que así lo hagan.
Existieron también algunos sentimientos de perplejidad ante las opciones políticas de las poblaciones indígenas, quienes parecen rechazar la retórica totalitarista de los movimientos inspirados por un marxismo radical, en preferencia por más participación en el proceso democrático.
Sacamos a relucir el tema del silencio en la academia, de casi cincuenta años, de las violaciones de derechos humanos, la usurpación de una revolución, y de la marginación social y política de una población “racializada” en Cuba. Un académico respondió que finalmente hay ya un reconocimiento del fallo sobre los derechos humanos en Cuba. ¡Solo tomó 49 años! Aún así, esto permanecerá como una mancha en la conciencia de la academia. Según todavía nos preguntamos como fue posible que el mundo haya mirado hacia otro lado durante el tratamiento de los judíos en Alemania, futuras generaciones, especialmente en Cuba, preguntaran como fue posible que fallamos en reconocer su opresión.
Sin embargo, quienes escriben y analizan planificaciones políticas, consejeros, especialistas en ética, y comentaristas dependemos del lento, cuidadoso, y a veces pesadas y onerosas tareas del serio trabajo académico científico. Necesitamos depender de la honestidad intelectual que busca discernimientos “objetivos” y “desinteresados” de la realidad. Alguna gente piensa que tal vez esto sea pedir mucho, yo no lo creo.
Información muy rica fue compartida en ese muy útil simposio sobre cambios en América Latina, sobre los cuales esperamos seguir reflexionando en siguientes artículos. Entre ellos es el hecho de una apertura de nuevos espacios políticos, especialmente para los pueblos indígenas, los cuales parecen estar en expansión y están siendo más inclusivos.
Y uno de los cambios traídos por el deshielo de “la gran culpa”—los E.U. como la causa de todos los lamentos de Cuba y América Latina—es la realización de que los problemas de América Latina fueron y son, después de todo, problemas latinoamericanos.
Tal vez estamos siendo testigos de un movimiento hacia el estudio que observa las grandes divisiones en una escala más humana, una que va más allá de los limitados espacios de la ideología y más en escala con las necesidades humanas. Tal vez estamos comenzando a ver la apertura de espacios de inclusión en los estudios latinoamericanos, con una erudición que busca entender la naturaleza del sujeto bajo estudio desde su punto de vista y no desde el punto de vista de nuestras propias y exportadas dinámicas políticas.
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